Hace varios cientos de años, cuando los alaveses mantenian duras batallas contra los moros que intentaban apropiarse de sus tierras, tuvo lugar un hecho singular. En una ocasión en que los alaveses habían causado un sinfín de bajas en el ejército enemigo y esperaban que éste se rindiese o se retirase se encontraron ante la sorpresa de que, al día siguiente, el ejército árabe era igual de numeroso que la víspera. De nuevo volvieron a luchar y a vencer, dejando el campo lleno de cadáveres pero, al amanecer, el enemigo presentó batalla con el mismo número de soldados.
Una y otra vez ocurría lo mismo hasta que, un día, un soldado alavés decidió averiguar la razón. Después de una batalla, en la que miles de soldados moros habían muerto, y mientras sus compañeros dormían, el joven alavés se quedó de centinela sin perder de vista el campo enemigo.
A medianoche, apareció una sombra que se agachó junto a un moro y cogiendo un poco de ungüento de un gran puchero que llevaba, untó con los dedos las heridas del muerto y al momento éste se levantó como si acabase de dormir una siesta...
El alavés no creía lo que veían sus ojos. Acercandose con sigilo pudo comprobar que se trataba de una bruja que había sido expulsada de Alava debido a sus malas artes y que, para vengarse, vivía con los moros y los resucitaba para que pudiesen vencer a los alaveses.
Sin pensarlo dos veces, el joven cogió su lanza y atraveso con ella a la bruja y al moro. Los dos cayeron muertos. Cogió entonces el puchero y con un poco de ungüento untó la herida de la vieja para ver si realmente funcionaba. Al instante la bruja resucitó y le dijo:
-No me mates, por favor! Yo te enseñare a hacer este ungüento prodigioso...
Pero el soldado sin hacerle caso, le clavó la lanza y la mató definitivamente.
Muy contento por lo que acababa de averiguar, el joven corrió a su campamento y les contó lo que había ocurrido. Los otros no podían creérselo; entonces él les dijo:
-Matadme y luego me untáis bien las heridas con esto ¡ya vereis!
Naturalmente, los soldados no querían hacerlo pero él insistió tanto que al fin le mataron; después le untaron bien con el ungüento y, al punto resucitó.
Rápidamente utilizaron la pócima mágica para resucitar a todos los alaveses que habían muerto los días anteriores y esta vez vencieron a los moros para siempre.
Y, ¿qué pasó con el ungüento? Bueno... se les acabó y no se les ocurrió guardar un poco para hacer más, así que la fórmula mágica se perdió y aunque, después, muchos han sido los que han intentado descubrirla, que nosotros sepamos, nadie lo ha conseguido... todavía.
Sacado del libro ""Leyendas Vascas: Álava" . Recuperación: Itxaropena M. de Lezea. EREIN. 1988.
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